Por: MIGUEL ÁNGEL BARGUEÑO
Un planteamiento que salpica
con frecuencia sus escritos es el rechazo del aprendizaje como imposición.
Einstein estudió siete años en el colegio Luitpold Gymnasium de Múnich, donde
se aplicaba el memorismo, basado en repetir hasta retener. Frustrado, lo
abandonó antes de acabar. “La enseñanza”, escribiría años después, “debe ser
tal que pueda recibirse como el mejor regalo y no como una amarga obligación”,
escribió en Mi visión del mundo (Tusquets, 1949).
En notas autobiográficas
(Alianza, 1949) describe el conflicto entre su método selectivo y las
exigencias académicas: “Aprendí muy pronto a entresacar aquello que podía
conducir a la entraña, prescindiendo de la multitud de cosas que atiborran la
mente y la desvían de lo esencial. La pega era que para los exámenes había que
embutirse todo ese material en la cabeza, quisieras o no (…). Es un grave error
creer que la ilusión de mirar y buscar puede fomentarse a golpe de coacción y
sentido del deber. Pienso que incluso a un animal de presa sano se le podría
privar de su voracidad si se le obliga continuamente a comer cuando no tiene
hambre”. Con ese resquemor, aconsejó a su hijo que tratara de encontrar placer
en el aprendizaje, por encima de la rigidez del sistema. “Toca al piano
principalmente lo que te guste, aunque la profesora no te lo asigne. Es la
mejor manera de aprender, cuando estás haciendo algo con tal disfrute que no te
das cuenta de que el tiempo pasa”, de la carta a su hijo Tete, recogida en
Posterity: Letters of great americans to their children, de Dorie McCullough
Dawson, 2008.
Para alcanzar la excelencia,
anteponía la práctica a la teoría: “Las grandes personalidades no se forman con
lo que se oye o se dice, sino mediante el trabajo y la actividad. Por
consiguiente, el mejor método de educación ha sido siempre aquel en que se urge
al discípulo a la realización de tareas concretas. Esto se aplica tanto a los
primeros intentos de escribir del niño como a una tesis universitaria (...), a
interpretar o traducir un texto, a resolver un problema de matemáticas o a la
práctica de un deporte”, escribe en Mis creencias (1939). Precisamente usó el
deporte como analogía para explicar la diferencia entre aprendizaje y educación:
“Si un hombre joven ha entrenado sus músculos y su resistencia física haciendo
gimnasia y caminando, más tarde estará preparado para cualquier trabajo físico.
Esto es análogo a la mente (…). No estaba equivocado aquel que dijo: ‘La
educación es lo que queda cuando uno ha olvidado todo lo que aprendió en la
escuela”, en Sobre la educación, 1936.
Einstein abogaba por una
enseñanza que favoreciese la individualidad como aporte a la colectividad.
“Deberían cultivarse en los individuos cualidades para el bien común. Esto no
significa que (...) se convierta en simple instrumento de la comunidad, como
una abeja (...). El objetivo ha de ser formar individuos que actúen con
independencia y que consideren su interés vital el servicio a la comunidad”
(Mis creencias).
Sin embargo, ¿qué gana uno
cultivándose para servir a los demás? ¿Fama, dinero…? En el mismo libro dice:
“Tenemos que prevenirnos contra quienes predican a los jóvenes el éxito como
objetivo de la vida. (…) El valor de un hombre debería juzgarse en función de
lo que da y no de lo que recibe. La tarea decisiva de la enseñanza es despertar
estas fuerzas psicológicas en el joven”. Predicó con el ejemplo.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2015/11/27/buenavida/1448617645_282674.html?rel=mas
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