El filósofo y pedagogo José Antonio
Marina cuestiona las nuevas metodologías surgidas de la innovación educativa y
defiende algunos valores de la escuela tradicional
Por: Ana Torres Menárguez
El filósofo José
Antonio Marina está del lado de la innovación educativa. Defiende que para
sobrevivir en el mundo laboral es obligatorio aprender y reciclarse durante
toda la vida, que las facultades de Educación se han quedado atascadas por
miedo al cambio o que los avances de la neurociencia pueden marcar el camino de
la renovación pedagógica. Sin embargo, hay un punto con el que no comulga: el
destierro de la memorización dentro de las nuevas metodologías. Sin memoria no
hay aprendizaje, sostiene Marina.
En
su último libro El bosque
pedagógico y cómo salir de él (Ariel), Marina, autor del Libro Blanco de la Profesión
Docente por encargo del Ministerio de Educación, cuestiona
algunos de los mensajes difundidos por los gurús internacionales de la
innovación educativa. ¿Realmente hay que dejar a los niños que escojan lo que
quieren aprender en función de su motivación? ¿Es ese el motor de la
creatividad?
Marina,
firme defensor de la implicación de las familias en la educación de los niños y
fundador de la Universidad de Padres, un centro de investigación en crianza y
una escuela online, sostiene que hay que recuperar el sentido del deber y la
obligación como recurso pedagógico.
Pregunta. En los últimos años se está
propagando la idea de que formarse durante
toda la vida y aprender nuevas profesiones es positivo para el ser humano.
¿Cree que es el único modo de supervivencia ante la precariedad laboral?
Respuesta. La educación para toda la vida
es imprescindible. Estamos sometidos a la ley del aprendizaje que dice que para
sobrevivir toda persona o institución necesita aprender a la misma velocidad a
la que cambia el entorno. Si quiere progresar, debe hacerlo a mayor velocidad.
Cuando los ambientes laborales eran muy estables, los sistemas de aprendizaje
podían ser lentos. Por ejemplo, la técnica de un herrero servía para él y para
la vida de sus hijos. Hoy el entorno es sumamente veloz y si no lo sigues,
quedas marginado.
Pregunta. En los últimos años se está propagando
la idea de que formarse durante
toda la vida y aprender nuevas profesiones es positivo para el ser humano.
¿Cree que es el único modo de supervivencia ante la precariedad laboral?
Respuesta. La educación para toda la vida
es imprescindible. Estamos sometidos a la ley del aprendizaje que dice que para
sobrevivir toda persona o institución necesita aprender a la misma velocidad a
la que cambia el entorno. Si quiere progresar, debe hacerlo a mayor velocidad.
Cuando los ambientes laborales eran muy estables, los sistemas de aprendizaje
podían ser lentos. Por ejemplo, la técnica de un herrero servía para él y para
la vida de sus hijos. Hoy el entorno es sumamente veloz y si no lo sigues,
quedas marginado.
P. Por un lado, la nueva educación
tiene como objetivo enseñar a los niños a trabajar en equipo y va en contra del
individualismo y la competitividad. Pero al terminar la Universidad, el
panorama es desolador y la búsqueda de empleo es un acto solitario y
desesperante. ¿No es una contradicción?
R. Como dice [Noam] Chomsky,
dar la libertad sin dar la oportunidad es un regalo envenenado. A los
mensajes tú puedes, conviértete en tu propio empresario, en trabajador
autónomo, tú puedes diseñar tú vida... les falta otra parte. ¿Cómo lo hago?
Arréglatelas como puedas, te quedas abandonado. Lo primero que le diría a un
joven es que va a tener que estar aprendiendo toda su vida para tener un
empleo. El pacto social entre generaciones se ha roto y ya no hay seguridad
laboral.
P. En su libro advierte del
peligro de que las grandes empresas tecnológicas (Google, IBM o Apple) asuman
el liderazgo educativo si los profesionales de la educación no se ponen las
pilas.
R. Como es para toda la vida, se
está creando la industria educativa. En el año 2015, la educación movió 4,3
billones de dólares, casi cuatro veces el PIB español. Desde el campo
editorial, Pearson vendió su participación en The Economist y Financial Times
para dedicarlo todo a educación. También se están quedando con sistemas de
evaluación como los de PISA. Históricamente todo el mundo ha querido mangonear
a través de la educación: las religiones, los sistemas políticos... No creo que
haya una conspiración educativa, sino un negocio educativo. Estas compañías no
quieren introducir una ideología determinada, sino ganar dinero. Los docentes
debemos ser la conciencia crítica educativa de la sociedad y para eso
necesitamos ser una profesión de élite.
P. Ken Robinson hizo temblar la
educación tradicional al afirmar que la escuela mata la creatividad. Las nuevas
corrientes afirman que los niños pierden su deseo de aprender por las rutinas
repetitivas del colegio y la excesiva evaluación.
R. La psicología nos ha jugado una
mala pasada con su teoría de la motivación. Pensar que al niño que no está
motivado no hay que exigirle nada es un error. Tenemos que enseñarles que habrá
cosas que tengan que hacer por obligación sin sentir ninguna motivación. Los
gurús son gente muy lista que utiliza conceptos de la autoayuda. Es difícil
vender el mensaje de que algo cuesta mucho trabajo. La educación va sobre
ayudar a adquirir hábitos, que no siempre son de nuestro agrado. Sobre la idea
de que hay que dejar a los niños elegir y no coaccionar su libertad, es
importante decir que todos nacemos absolutamente dependientes y el proceso
educativo consiste en fomentar la capacidad del niño de tomar decisiones, pero
eso no se puede hacer al principio. Los niños aprenden a ejercer su autonomía
obedeciendo las órdenes que les dan sus educadores. A los cinco años se produce
un salto increíble en el que empiezan a darse órdenes a sí mismos. La autonomía
llega con la obediencia.
P. ¿Qué debe hacer un docente para
no sentirse perdido frente al aluvión de nuevas metodologías de enseñanza?
R. Es clave la figura del
estratega educativo, que con una visión general decide qué táctica utilizar en
cada caso. El problema es que la mayoría de profesores no conocen las nuevas
técnicas.
P. ¿Está fallando la formación del
profesorado?
R. Soy muy crítico con las
facultades de Educación. Se han quedado atascadas porque no son conscientes del
papel que juega hoy la educación. Hay que tomar decisiones muy radicales.
¿Quién puede decidir lo que queremos transmitir a nuestros alumnos? Los
científicos no, porque solo dominan su campo de conocimiento; los políticos
tampoco porque no nos fiamos de ellos; los sacerdotes saben de sus religiones y
los empresarios van a buscar su propio beneficio. Deberían ser las facultades
de pedagogía.
P. Precisamente ahora hay un
debate sobre si el cambio deberían dirigirlo los pedagogos o los
neurocientíficos con sus avances sobre el funcionamiento del cerebro.
R. Llevo estudiando neurología
desde hace 30 años y puedo afirmar que no está en condiciones de ofrecernos
propuestas concretas, pero sí muchas pistas. Necesitamos un puente entre ambos
campos, alguien que domine los dos lenguajes. La neurología nos ha dicho, por
ejemplo, que hay una segunda edad de oro del aprendizaje, en la que el cerebro
vuelve a rediseñarse neurológicamente entre los 13 y los 18 años. También nos
dice que los órganos neuronales que se encargan de la toma de decisiones y del
comportamiento responsable, los lóbulos frontales, no maduran hasta los 22 o 23
años. Entonces, ¿debemos exigir responsabilidad a un adolescente? Otra de las
evidencias señala que las estructuras neuronales maduran con el ejercicio,
entonces sabemos que hay que entrenar esa capacidad cuanto antes y no esperar a
que el estudiante llegue a la veintena.
P. En su libro reivindica el papel
de la memoria en la educación. ¿No cree que memorizar y vomitar la información
en los exámenes es poco efectivo?
R. No hay nada más perverso para
la educación que decir que no hay que aprender las cosas de memoria. Es el
órgano del aprendizaje. Eso sí, hay que aprender fórmulas que no se basen en la
repetición. Crear depende de la memoria y tienes que aprender hábitos
creativos. Si no, ¿cómo se te van a ocurrir las cosas? Para tener mucha
imaginación, hay que tener muy buena memoria. En este punto la neurología nos
está diciendo por dónde ir y es muy importante el descubrimiento de la llamada
memoria de trabajo, que nos enseña cómo construirla y manejarla.
P. ¿Cuál tiene que ser el
principal reto de la escuela a corto plazo?
R. Destacaría tres. Bajar la tasa
de abandono escolar, paliar las diferencias socioeconómicas entre los alumnos
fomentando la educación de cero a tres años y atender a los alumnos con
necesidades especiales: con dificultades de aprendizaje, altas capacidades o
problemas psicológicos. Otro drama es la figura del director de centro. En
España se tiene la idea equivocada de que cualquiera puede ser un buen
director. Hace falta formación específica; mandar y organizar es complicado.
Habría que crear un MIR para directores. En Inglaterra o Estados Unidos hay
libros dedicados al rol del director de escuela, a proyectos concretos que han
transformado colegios. Aquí [en España] este tema levanta ampollas, sienta mal
a los docentes y a los sindicatos porque consideran que conlleva introducir
clases dentro del profesorado y que no es democrático. Se trata de ver si es
eficaz o no. Los equipos directivos pueden modificar los programas académicos,
o crear sus propios proyectos. El éxito, en parte, depende de ellos. En Inglaterra
hay colegios públicos que cambian su horario cada dos semanas para ajustarlo a
las necesidades de los alumnos, que pueden necesitar más horas de matemáticas o
de lengua. Eso es innovación.
P. El éxito es muy relativo. Hoy
se mide en función de los resultados obtenidos en PISA. En su libro habla de
los peligros de obsesionarse con las pruebas estandarizadas.
R. Se habla mucho de innovación en
la escuela, sin embargo, se está produciendo una uniformidad en todos los
países. Lo único que les interesa a los gobiernos es cómo aparecen en PISA y en
función de eso organizan sus sistemas educativos. A los educadores no nos sirve
PISA porque no nos muestra lo que hay que hacer. No evalúa el progreso del
alumno. Un estudiante que empieza el curso con un uno y acaba con un cuatro ha
progresado más que el que pasa de un ocho a un nueve. Pero para PISA, ese
primer estudiante sigue siendo un suspenso. En el momento en que evaluemos el
progreso sabremos si estamos sacando lo mejor de los alumnos y si lo hacemos
bien o mal en el aula.
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